Seguidores

Elige tu idioma.

jueves, 2 de agosto de 2012

Capítulo 6

Abro los ojos y lo primero que veo son las copas de muchos árboles en un cielo nocturno despejado. Estoy tumbada en el césped, me incorporo y me fijo en que estoy en un bosque, el Bosque Orshcuort. Hay muchas rocas y raíces de árboles llenas de verdina que sobresalen de el suelo. Es de noche para ver con claridad, pero la luna ayuda dando un poco de luz.
Me pongo de pie y comienzo a caminar hacia la multitud de árboles, ramas, y demás plantas que hay por el suelo adentrándome poco a poco con cuidado de no tropezarme. Pero cuando ya estoy lo suficientemente adentrada en ese frondoso bosque, algo me agarra del brazo y se acerca a mí por detrás. No soy capaz de girarme para ver que es, pero lo hago y justo en ese momento desliza su mano desde mi antebrazo, delicadamente, hasta entrelazarla con la mía.
Al girarme por completo y ver esos ojos verdes tan inquietantes me quedo perpleja, totalmente paralizada. Ni mis manos, ni mi boca pueden reaccionar. Estoy en completo estado de shock.
  –– ¿Te alegras de verme? – dice con voz serena.
No puedo hablar, no sé ni qué decir, así que solo mascullo un pequeño:
–– Hem…
Me suelta la mano y la posa en mi mejilla, ahora mismo sonrosada, pero yo aun sigo paralizada y sin poder moverme. Los nervios que habían empezado a aflorar hace a penas unos instantes, seguían aumentando.
–– Yo sí me alegro de verte – dice.
–– ¿Qué estas haciendo aquí? – pregunto reaccionando al fin.
Su mirada es misteriosa pero a la vez tiene algo de ternura. No lo entiendo, porque no lo conozco de nada; para mí, es un completo desconocido que, por casualidad, se ha topado conmigo una noche en un parque, y sin previo aviso, ha transformado toda aquella vida que antes tenía convirtiéndola en un completo desbarajuste.
–– Pues estar contigo, ¿no lo ves? – dice con una media sonrisa poco marcada.
Los nervios me inundan por completo y noto como mis manos empiezan a humedecerse un poco.
Empieza a acercarse un poquito, un poco más, otro poco más y cada vez más cerca de mi cara. Notaba su respiración tan tranquila, tan serena. Todo lo contrario a la mía que era acelerada y entrecortada, pero aun así, seguía sin poder moverme.
–– Tranquila, no pasará nada, no voy a dejar que nada malo te pase... Confía en mí – dice a escasos centímetros.
Puedo ver cada poro de su piel a pesar de la tenue luz que nos ilumina. Porque eso es lo único en lo que me puedo fijar en este momento, todo lo demás parece que ha desaparecido-
–– ¿Qué confíe en ti? – dije en un susurro casi inaudible –. Pero si ape…
–– Chss… – Me interrumpe.

Abro los ojos por segunda vez, pero esta vez no es un sueño. Ahora estoy en mi habitación, me vuelvo a incorporar y veo a Dana durmiendo a los pies de mí cama, por suerte solo ha sido un extraño sueño…
Miro el reloj y veo que todavía falta media hora para tener que levantarme, pero como no puedo dormir, me levanto.
Voy a mi vestidor y cojo unos leggins beige, una camiseta de mangas cortas blanca, con rayas rosas y con un nudo justo debajo. Después cojo mi sudadera azul marino y mis Reebok blancas. Cuando ya lo tengo todo, me lo pongo.
Hoy me toca gimnasia a primera hora, no hay peor cosa que eso; estar recién levantada y que te pongan a hacer ejercicio. Que manera de querer fastidiar.
Voy al baño de mi habitación que, nada más entrar, enfrente está el retrete, a la derecha la placa ducha y a la izquierda un enorme espejo con un lavabo debajo, todo para mí sola. Eso da gusto, pero claro, al ser solo mío soy yo la que lo tiene que limpiar, y eso le quita un poco de gracia al asunto.
Al lado de la ducha hay como un mueble alto donde guardo todas las cosas del baño; cremas, champús, etc, e incluso el secador y la plancha del pelo. El baño es de colores pastel y hacen contraste los unos con los otros.
Me lavo la cara, los dientes y me recojo una cola, como el día anterior me alisé el pelo, se me ha quedado muy bien. En realidad mi pelo tiene unas ondas muy definidas, y es de un color castaño medio claro. Miro mis ojos verdes con betas marrones, que según el día o mi estado de ánimo se vuelven más marrones o más vedes y que pueden llegar a ponerse tan verdes, que el marrón ni se distingue. Por ejemplo, cuando estoy enfadada o triste se me vuelven más marrones, y cuando estoy feliz de un verde oscuro. A veces tampoco hace falta mi estado de ánimo, y se ponen solos más verdes o más marrones, según el día.

Salgo del cuarto de baño y me dirijo a la cocina, le echo de comer a Dana para cuando se levante, y yo me pongo a desayunar lo de siempre; tostadas y un vaso de leche.
Como ya estoy lista, me siento en el sofá a ver la tele con mi manta polar por encima, pero no hay nada interesante que ver a las 07:41 de la mañana.
Escucho un ladrido desde la escalera y unas patitas haciendo un tintineo constante con dirección hacia el salón. Ya sabía lo que iba a hacer.
 –– Dana, vamos de paseo.
Le puse su correa y salimos de la casa. Paseamos por la calle hasta que es hora de irme al instituto, volvemos a casa, cojo la mochila y el macuto de gimnasia, un pañuelo beige, las llaves y salgo fuera. Los días de gimnasia a primera hora tenemos que ir al pabellón que el instituto tiene fuera, que es bastante grande y espacioso. La pista es de color burdeos con muchas rayas, áreas y todas las demás cosas que una pista tiene que tener. Las porterías, canastas y redes estaban a los lados, al fondo a la izquierda había un almacén para el material deportivo, también tenía dos vestuarios, uno femenino y otro masculino.
Cuando llego los chicos ya están allí.
 –– Hola chicos – saludo y  todos me saludan.
El profesor de gimnasia, Walter Jeans, acababa de llegar y nada más pasar lista empezamos a calentar, al terminar nos diceoque hoy haremos voleibol. Es uno de los juegos que mejor se me da, porque en verano lo practico en la playa con mis amigos. La verdad es que nos reímos mucho.
Reparte la clase en dos grupos, de mis amigos me toca con Ángelo y Maggie, de mis no amigos me toca a la repelente de Bianca y sus tontas copias que, como de costumbre, se ríen al compás. Igual de pavas y descerebradas.
Mientras jugamos, Katy tropieza y se cae, la caída es de esas a cámara lenta, de esas que mientras más lo recuerdas, más te ríes. A Katy también le hizo gracia porque no se hizo daño y fue una caída tonta.
Cuando terminamos nos dirigimos hacia los vestuarios. No hay muchos así que me toca de las últimas, eso me pasa por ser la más lenta de la clase en recoger. Ya se ha ido casi todo el mundo y Kathy me dijo que si me esperaba, pero le dije que no importaba, que se fuera a clase.
Por lo que me he quedado sola en los vestuarios y me aligero en terminar para salir, pero justo al salir,en la misma puerta me choco y se me cae el todo al suelo, como voy mirando al macuto; metiendo la toalla de ducha, no veo quién es.
–– Oh, perdón – me disculpo –. Estaba distraída.
Me agacho a recoger mis cosas y él también se agacha para ayudarme.
–– No ha sido tu culpa, yo también estaba distraído – sonríe –. Por cierto, hola – ríe.
Cuando miro quién es me llevo una sorpresa.
–– Hola, Blake – dije y sonreí, y él me da el boche de champú que salió rodando –. Muchas gracias.
Se levanta y me presta su mano para ayudarme a levantar.
Hoy lleva un pantalón de chándal negro de esos que son un poquito cagados, pero no mucho, y una sudadera Adidas verde sin cremallera, más ajustada por arriba que por abajo, pues de espalda es bastante ancho. Su pelo negro tirando para marrón hoy se ve diferente por que se ha cortado el pelo. Por los lados y por detrás está más corto, por encima lo tiene más largo, se ha hecho un corte degradado. Lo tiene hacia arriba y despeinado, lo hace muy atractivo.
–– ¿Te toca gimnasia? – le pregunto.
–– Sí. Y por lo que veo tú ya has tenido.
–– Sí.
Nos callamos un momento.
 –– Estas muy guapa vestida para gimnasia – dice poniéndose una mano en la nuca.
Empiezan a entrarme calores en la cara, me estoy ruborizando, no puedo dejar que lo note..
 “Qué vergüenza, ¿qué le digo ahora?” – pienso..
No sabía que contestarle, así que cambié de tema.
 –– Te has cortado el pelo, ¿no? – dije rápidamente.
Él sonríe tranquilo y su sonrisa es dulce. Se ha dado cuenta de que estoy cambiando de tema. Pero creo que es algo normal, ¿no? Un chico no suele decirte todo los días lo guapa que estás.
 –– Sí, fui ayer a la peluquería.
 –– Te queda bien – sonrío.
Veo a más gente llegar, y me do cuenta de que voy a llegar tarde a la clase de Biología.
 –– Bueno, me tengo que ir si no quiero llegar tarde, Blake – digo, y seguidamente añado –. Ya nos vemos.
 –– Vale – digo.
Comienzo a caminar pero empieza a hablar y me giro..
 –– Oye, ¿te gustaría ir a tomar algo mañana por la tarde? – pregunta educado, pero pasa un minuto y como ve que no respondo añade –. Espero no obtener la misma respuesta de la última vez que lo pregunté – rió.
Recuerdo la tarde esa en el súper y la verdad me siento verdaderamente mal por haberlo tratado así, pero en ese momento se lo merecía. Igualmente, me sentía mal, así que se lo debía.
 –– Te lo mereciste, y lo sabes – reí.
 –– Puede que tengas razón, fui un poco fresco.
 Me tengo que reír de tu comentario, porque, al menos, lo ha admitido.
 –– Vale, iré contigo a tomar algo – le dedico una sonrisa amable.
 –– Bien. ¿A las seis y media te parece bien?
 –– Sí, mañana a las seis y media.
 –– Vale, entonces paso a recogerte – dice sonriente –. Adiós.
 –– Adiós – me despido.
Veo como entra dentro del gimnasio con las manos metidas en los bolsillos y la maleta colgada en su hombro derecho, que le da un aire más atractivo todavía. No sé lo que tiene hoy Blake que me llama tanto la atención.
Me giro y sigo andando hacia los edificios del instituto cuando comienza a sonar el timbre, voy a llegar tarde, así que empiezo a correr hacia la clase de Biología, pero la profesora Sophie Carter acababa de llegar. Le explico que he llegado tarde por que he sido la última en ducharme y me dice que la próxima vez procure darme más prisa y llegar a tiempo, después me manda a sentar.
Me siento y saco el libro, el cuaderno y mi estuche de Hello Kitty. Estamos dando el sistema nervioso y, la verdad, era bastante interesante ver como funciona o reacciona nuestro cuerpo ante tal o cual suceso.
Durante la clase, como de costumbre, tomamos apuntes, hacemos esquemas, ejercicios, y respondemos a algunas preguntas que hace la profesora. Se me hace entretenida la hora.
Cuando termina la clase empezamos a recoger y de camino al aula de matemáticas Kathy me pregunta que por qué he tardado tanto, y le cuento lo de Blake.
 –– No me lo creo. ¿En serio? ¡Qué fuerte! – dice y prosigue – Quiero que me lo cuentes todo.
 ––¿Lo dudas? – respondo –. Pero sigo sin… No sé Kath, me parece muy raro que un día sea el chico creído que cree que se puede comer el mundo, y al otro sea un chico completamente diferente.
 –– Pues sigue igual de hipócrita como antes con todo el mundo. Si no me lo hubieras dicho, nunca habría pensado que Blake tuviera su lado sensible.
 –– Pues yo tampoco lo hubiera deducido.
Después de eso ya no hablamos más del tema porque entramos en el aula de matemáticas. Estamos esperando al profesor, pero no viene. Viene un profesor de guardia y nos dice que se ha puesto enfermo y no va a acudir a clase durante unos días, así que, como no tenemos clase, no hacemos nada esa hora.
Comienzo a mirar por la ventana, en la que se veía un paisaje de copas de árboles, pinos, abetos, todos cubiertos por una capa blanca. Está volviendo a nevar.
Me quedo embobada viendo como caen los copos de nieve, tan frágiles y puros en un cielo gris, es digno de ver. Me entran ganas de coger un chaquetón y unos guantes para ir a fuera y hacer muñecos de nieve o tumbarme en ella para hacer ángeles en el suelo. Sí, suena muy infantil, pero me encanta, y ¿a quién no le gustaría volver a hacer cosas que hacía de pequeño y dejó de hacer hace mucho? Esas cosas con las que nos reíamos y disfrutábamos sin importarnos nada.
Recuerdo una vez, cuando era pequeña, en la que estaba con Kathy y estábamos haciendo guerras de bolas de nieve más grandes que nuestras cabezas. Pocas llegaban a darnos, pero la que nos daba nos tiraba de culo al suelo y se nos metía la nieve entre los pantalones. Ese era el frío que se te metía en los huesos y  no salía hasta que no pasabas un rato en frente de la chimenea. Que recuerdos.
Aun que crecer tiene sus partes buenas, tienes más independencia y puedes hacer todo lo que te gusta sin supervisión de tus padres. Ahora mismo lo que más me apetece es llegar a casa, poner la chimenea, la calefacción y sentarme en el sillón de lectura para leer un buen libro mientras tomo en mi taza favorita de Mickey Mouse un chocolate caliente con nata y malvaviscos. Es una de las cosas que más me gusta.
 –– ¿Tú que opinas Leslie? – dice Dominique.
 –– ¿Eh? ¿Qué? – pregunto confusa.
Estaba tan metida en mis pensamientos que no me he enterado de nada de lo que estaban hablando los chicos fuera lo que fuese. Simplemente me gusta pensar y evadirme de todo lo demás por muy interesante que sea.
 –– ¿En qué piensas? – pregunta Kathy – Llevas todo lo que llevamos de clase mirando por la ventana y sin pronunciar palabra.
 –– Nada, me he quedado embobada mirando la nieve.
 –– Bueno, entonces, ¿qué piensas al respecto de ir este Sábado de compras? – dice Ángelo.
 –– Ah, bien. Contad conmigo – sonreí.
Lo que queda de instituto transcurre con normalidad y sin ninguna novedad o incidente.
Volviendo a casa me encuentro el mismo BMW negro que vi ayer en el aparcamiento del instituto. Está aparcado unas manzanas más debajo de mi casa.
¿Me estarán siguiendo? 
Igualmente, dejo de pensar en eso y aligero el paso hacia casa intentando evitar pararme. Cuando llego cierro con llave, me giro y apoyo mi espalda contra la puerta ya cerrada y entrecerrando los ojos. Los abro segundos más tarde y Dana me observa con la cabeza ladeada, me agacho para cogerla y la acaricio.
Tengo bastante hambre, así que me hago de comer una ensalada y unos macarrones con tomate. También le echo de comer y de beber a la pequeña labradora.
Al terminar, lavo los platos, recojo un poco la casa y hago los deberes. Me vuelvo a bañar y me lave el pelo. Lo seco con secador y mis ondas vuelven a aparecer. Miro la hora en el móvil, ya eran las 18:48, se me ha pasado el tiempo rápido.
Me aburro, así que decido salir a dar una vuelta y vuelvo a ir al vestidor alargado de paredes morado berenjena claro y muebles blancos qué hay al lado del escritorio en el que se encuentra el ordenador y me pongo unos vaqueros oscuros ajustados, pero muy cómodos, una camiseta de un blanco sucio de mangas largas con una pluma curvada y grande en el medio. Un jersey gris oscuro, dos pares de calcetines, porque en invierno siempre tengo los pies congelados, y unos mocasines marrón grisáceo, también un gorrito-boina beige con un lacito la mar de cuco.
Decido ir al parque Mond Park. Salgo y comienzo a caminar, pero cuando llevo cinco minutos andando vuelvo a ver ese BMW negro, ahora sí que me estoy asustando.
Se va acercando a mí y cada vez más despacio, igualando mi ritmo, el cual yo acelero.
De pronto empieza a bajar la ventanilla del copiloto y vuelvo a ver esos ojos verdes.
 –– Hola de nuevo – dice.
–– ¿Pero cómo…? – digo para mí misma –. ¿Me estás siguiendo? – le pregunto ahora a él algo enfadada.
 –– ¿Yo, seguirte? ¿Por qué tendría que hacerlo? – contesta.
 ––Ah, no sé. Tú sabrás – le contesté sarcástica.
Yo sigo andando y el coche va a mi paso.
“Esto es increíble, de verdad” – pienso –. “Primero el sueño y ahora esto”.
Me paro.
 –– Bueno, ¿qué quieres?
Él también para el coche, menos mal que no hay tráfico. 
Está echado más para el asiento del copiloto que para el del conductor. Mira un momento hacia la carretera y vuelve a mirarme con una sonrisa.
 –– ¿Querrías dar una vuelta? – pregunta con la misma sonrisa.
 –– ¿Me has visto cara de loca? – espeto – Ni en sueños, Daniel.
 –– No, de loca no, pero de que quieres montarte en el coche sí – dice, y seguidamente añade –. Venga, móntate. No me hagas bajarme del coche y montarte a la fuerza – dice picarón y con una media sonrisa.
 “¿Perdona?” – pienso –. “No creo que sea capaz”.
 –– No, sí está claro que el loco aquí eres tú – le digo en respuesta –. Será mejor que te vayas y me dejes.
Me fijo en su ropa y lleva un jersey de lana azul oscuro con una trenza grande en medio y dos a los lados de la misma, unos pantalones vaqueros y los zapatos no los veo muy bien, pero me parecen del mismo color que el jersey.
Su pelo castaño más bien claro y corto está hoy bien peinado hacia arriba e inclinado un poco hacia la derecha.
  –– Oh, venga ya. ¿Por qué no te fías de mí?
 ––¿Te parece poco el motivo de que no te conozco? – contesto levantando una de las cejas.
Vuelve a mirar hacia la carretera y sin mirarme me contesta.
 –– Si no me conocieras no sabrías mi nombre, ¿no crees? – dice volviendo a poner esa sonrisa pícara – Pero poniéndonos en ese plan, yo tampoco te conozco y te voy a conceder el placer de montar en mi coche – sonríe.
 “Dios mio, hombres…”– pienso para mí y girando los ojos en redondo, por no decirlo.
En ese momento se bajó del coche y se dirigió a mí.
 –– ¿A dónde vas? – pregunto, pero hace caso omiso – ¡Eh, para! ¡Deja de hacer eso! – me coge por la cintura y me levanta en peso – ¡Ah! ¡Déjame, imbécil! – le grito y empiezo a patalear como una loca.
Abrió la puerta del copiloto, me metió dentro, cerró la puerta y la bloqueó con el mando del coche.
Me quedo quieta, con los ojos como platos contemplando lo que hace, sin saber reaccionar.
Se dirige a la suya y la abre con la llave, así solo la suya es la única entrada o salida de el coche.
Reacciono e intentando abrir forzando el tirador de la puerta, pero no consigo nada.
 –– ¡Dios! ¡¿Pero que diablos haces?! ¡Déjame salir, animal! ­– grito alterada, pero él solo sonríe – ¿De qué te ríes estúpido? Esto no tiene gracia.
 –– ¿Quieres tranquilizarte y ponerte el cinturón? – dice –. Ah, y por favor, no toques más el tirador de la puerta, que lo vas a romper – dice otra vez con una media sonrisa.
 “¿Por qué me meto yo siempre en estos marrones? ¡Og, dios!”.
 Estoy enfadada, frustrada, asqueada y miles de cosas más, pero solo pienso en que aquel chico de ojos verdes y sonrisa pícara es un idiota de remate, un imbécil casanova que no sabe como encandilar a una chica y tiene que forzarla a entrar en su coche para tener alguna.
Me pongo el cinturón sin dejar de mirar hacia delante con cara de enfadada. En este momento lo odio con todas mis fuerzas, aun sin conocerlo.
 –– Estarás contento, ¿no? – digo sarcástica.
Daniel no le quita ojo a la carretera, pero aun así sonríe.
 –– No hasta que quites esa cara de enfadada que llevas – contesta con su media sonrisa.
 “Lo que hay que aguantar”.
Pasados ya unos minutos en el coche vamos por una carretera recta y alargada, por la cual llevamos mucha velocidad. Se desenvuelve con mucha destreza y suavidad conduciendo. Pero aun así, vamos muy deprisa.
 –– ¿Podrías aflojar un poco la velocidad? Vamos demasiado rápido.
 –– Claro – dice, y justo aparca al lado del parque.
 –– ¿A dónde vamos?
Daniel se baja del coche y se dirige hacia mi puerta que, como ya he comprobado, sigue cerrada.
La abre desde fuera y me propone su mano izquierda en forma de ayuda para que baje.
 –– No, gracias. Puedo sola – digo un poco cortante.
Daniel ríe y cierra la puerta cuando salgo. Se pone delante de mí y yo tropiezo con el bordillo de la acera y caigo apoyada en su pecho haciéndolo recular un poco.
 –– ¿Tantas ganas tienes de abrazarme? – rió.
 –– Idiota – dije quitándome rápido.
La verdad, agradezco que se haya puesto delante, porque sino hubiera acabado de bruces contra el suelo y, encima, empapada gracias a la nieve que hay derramada.

Todo está nevado, la entrada al parque, la acera, los arbustos, el césped. Todo vuelve a tener ese aspecto mágico, pero esta vez teñido de blanco.
 –– Sígueme – dice.
Comienza a andar hacia la entrada del Mond Park y yo lo sigo detrás. Voy mirando cada parte del nevado parque, observándolo todo. Pero de pronto escucho un ruido de algo moviéndose en un arbusto de mí izquierda. Acelero el paso, pero Daniel me vuelve a coger ventaja, es más rápido que yo.
 –– Oye, me podrías esperar al menos, ¿no? – repliqué –. Soy más bajita y tengo las piernas más cortas, como podrás comprobar.
Daniel ríe. Ese comentario le hace gracia.
 –– Claro – dice esperándome.
 Llego a su lado y empezamos a caminar los dos, uno al lado del otro. Volvo a caer en la cuenta de que no sé a donde vamos, pero prefiero esperar.
El sitio por el que nos encontramos ahora caminado me resulta bastante familiar, pero ahora se ve diferente puesto que la nieve cubre gran parte de las cosas.
Sí, ya recuerdo de qué me suena. Ahí es donde encontré  la carta con aspecto antiguo y al pequeño duende, am… ¿Starvola?, ¿Starlovos?, ¿Stavoros?
Sí, eso es, Stavoros. Así se llamaba.
Miro para arriba y vi el árbol en el que el pequeño duende estaba subido y se tiró desde tal altura, sigo sin comprender cómo lo hizo, no es normal. Como tampoco es algo normal  ver duendes. Por que te tomarían por loca si alguien se entera. Empiezo a creer que tengo algún problema, alguna inestabilidad mental, pero no puede ser posible, ¿no?
Seguimos andando y ahora veo como una cúpula de madera pintada de blanca con enredaderas y flores entrelazadas en ella. Bancos y como un pequeño lago.
 –– ¿Qué estamos haciendo aquí? – pregunto, pero solo se limita a contestar un simple: “Tú sígueme”, mientras anda.
No tengo más remedio que seguirlo si no quiero quedarme sola cuando ya ha oscurecido.
Tengo frío, quiero volver y dejar esta locura a la que este loco me ha llevado. Quien sabe lo que querría hacerme.
En mi sueño me dijo que no iba a dejar que nada malo me pasase, pero era solo un sueño, no sé las intenciones que tiene, ¿puedo fiarme de él? Prefiero no averiguarlo aún.
 “¿Y sí me escapo?” – pienso –. “Sí, eso es lo que voy a hacer. Escaparme”.
Voy andando cada vez más despacio, cada vez más distanciada de él, hasta que supongo que si me giro y empiezo a andar cada vez más rápido, hasta el punto de llegar a correr no me oirá, así que comienzo a retroceder despacio y  me giro y empiezo a andar cada vez más deprisa, en dirección a los árboles.
Corro y corro mirando hacia atrás para ver si me sigue, pero no hay nadie, así que sigo corriendo para que no me pueda encontrar. Corro hasta que no pudo más, pero aun estoy en el parque.
Todo está oscuro, solo la tenue y amarillenta luz de las farolas es lo que hay para iluminar el camino, pero yo me escabullo entre los árboles, corriendo por el césped a oscuras, me da igual, lo que quiero es salir de ahí.
 –– ¡Auch! – digo y caigo de culo al suelo.
 –– Señorita por favor, debéis andar con más cuidado, podría dañar a alguien. Además, esos no son modales para una damisela.
Esa voz…
Levanto la cabeza y así es. Vi a Stavoros sacudiendo su traje en miniatura. 
Veo duendes, eso no es un sueño. Dios mío, me estoy volviendo loca.
 –– Lo siento – me disculpo.
 –– Pero si es usted. La damisela del día anterior, si mi memoria no me falla – dice.
Habla pausadamente y con mucha serenidad, sigo pensando que parece de otra época, si es que de verdad es un duende, eso tendría sentido; o al menos, lo supongo.
 –– No, no se equivoca. Soy yo – contesto –. Oiga, una pregunta. ¿Enserio que es un duende?
El pequeño hombrecito del traje en miniatura se me queda mirando como si la pregunta le hubiera indignado y ofendido.
 –– Por supuesto que sí. ¿Ponéis en duda mi palabra?
 –– No, no. Para nada. Solo es que me parece muy extraño – digo y después pienso que lo mejor será irme –. Bueno, Stavoros. Mucho gusto de haber vuelto a hablar con usted, pero me tengo que ir – digo y me despido –.  Adiós.
 –– Bien, ídem* señorita Brooks – dice – Y tenga cuidado. Mont Park no es el parque que vos conocéis, y mucho menos lo indefenso que aparenta ser, damisela.

¿Qué quiere decir con eso? Bueno, no me importa, en este momento solo quiero salir de allí cuanto antes.

-------------------------------------------------------------------------------------------------

Ídem*: El mismo o lo mismo. Se utiliza para evitar repeticiones. 

Vestimenta de Leslie: