Seguidores

Elige tu idioma.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Capítulo 8

Veo como la moto frena, y empiezo a caminar más despacio y miro al ocupante de ésta, al ver quien es me paro.
La moto era grande y gris, ya la he visto varias veces por los aparcamientos.
 –– Hola, renacuaja  saluda Blake.
 –– Hola, Blake.
 –– A las seis y media, que no se te olvide  dice picarón.
 –– No, no. Tranquilo  contesto y sonrío.
 –– Sí tranquilo estoy, porque sé que me adoras  dice con cara del típico chulo de instituto y una de las comisuras de sus labios se eleva disimuladamente.
Está aún en el pequeño camino de asfalto con la moto parada, y con aires de casanova.
Este ya se va pareciendo más al arrogante Blake de siempre. Raro es el otro que para nada se parece a este.
 –– No empieces, Blake  digo rodeando los ojos sobre sí mismos.
Él ríe.
 –– Venga pequeña, me tengo que ir ya. Que no se te olvide - dice poniendo la moto en marcha –.  A las seis y media y ponte guapa – dice y me guiña un ojo.
 –– Para ti no me pongo guapa  digo con desdén y él ríe.
Dicho eso, acelera con la moto y va desapareciendo de mi campo de visión mientras más se aleja por el arco de piedra de la entrada del instituto, en la que pone el nombre en un cartel.
 –– ¿Con qué clase de descerebrado he quedado yo hoy, por favor? Será idiota. ¿Qué me ponga guapa?  – relato mientras camino de camino a casa.
Cualquiera que me escuche pensará que estoy loca, porque estoy hablando sola por la calle, relatándome a mí misma y eso no es muy normal.
Hoy no nieva, aun que las calles siguen teñidas de blanco, pero el día está revuelto y lo más seguro es que lo vuelva a nevar. El cielo está gris y corre una brisa algo fría.
Camino por la acera y al girar un poco la cabeza, a mi derecha, veo las casas cubiertas por una capa de nieve que, a simple vista, parece frágil. Algunas casas ya están decoradas con adornos navideños y parecen envueltas por la alegría de la Navidad, se ve precioso. Luces, muñecos de nieves, renos, e incluso, en algunas casas se veían, a través de las ventanas, los árboles ya decorados. 
Es una época que me encanta, no solo por que llegan las vacaciones y puedo estar en casa tranquila, sino también por como se ve todo. Las familias se reúnen, los niños están ansiosos por recibir los regalos de Navidad, y los padres alegres por ver a sus hijos felices. 
Aun que mis padres no pasaran mucho tiempo en casa, en Navidad si nos reunimos. Tal vez esa sea la mayor razón por la cual es mi época preferida. 
Ellos siempre hacen lo posible para que yo esté bien y para darme todo cuanto necesito. En ese sentido no me puedo quejar.

Al llegar a casa, abro con las llaves y me llevo la sorpresa de que mi madre ha bajado del desván las cajas de los adornos para decorar la casa.
 ––Ya estoy en casa – digo al cerrar la puerta y veo que Dana viene hacia mí corriendo y me alegro, así que me agacho a acariciarla –. Hola chica.
Dejo de acariciarla, me levanto y voy a la cocina para ver si está mi madre, pero no está.
 –– ¿Mamá? – digo saliendo de la cocina al pasillo de la entrada, esperando una respuesta, pero nadie me contesta.
Miro a la pequeña perrita que me mira con la cabeza un poquito ladeada.
 –– Por lo que se ve, mamá ha salido – le digo a Dana y ella gira la cabeza para el otro lado –. Voy arriba a soltar la maleta, anda.
Me giro a la derecha en dirección a las escaleras y comienzo a subirlas, Dana me sigue pisándome los talones. Al llegar al cuarto, suelto la maleta al lado del escritorio y me siento un momento a mirar el correo pero no tenía ninguno y me alegro, la verdad, porque no tengo ganas de escribir.
Escucho como abren la puerta principal y la cierran, así que bajo.
 –– Leslie, ¿puedes ayudarme? – dice mi madre cuando me ve, que carga con un montón de bolsas. Yo asiento y voy a cogerle algunas bolsas. Entre las dos las llevamos a la cocina –. Déjalas al lado de la mesa-encimera.
 –– Vale – contesto dirigiéndome hacia la mesa-encimera del centro de la cocina y soltando las bolsas, las cuales, empiezo a cotillear una vez en el suelo y veo que ha comprado pienso para perro –. Mamá, ¿has comprado comida para Dana?
 –– Claro que es para Dana, pero si quieres comértela tú para desayunar por las mañanas como si fueran cereales, adelante – dice mi madre.
Es obvio que es para Dana pero pregunté igualmente, cosa que al oír las palabras de mi madre, pienso que ha sido una tontería haberlo hecho y me echo a reír.
Mi madre entra en la despensa para colocar algunas cosas de las bolsas que ha traído.
Camino hacia la despensa, me apoyo en el quicio de la puerta y me cruzo de brazos.
 –– Muchas gracias mamá, me siento alagada al oír esas palabras tan bonitas que me acabas de soltar. Yo también te quiero – digo irónicamente y ella me miró con una sonrisa en la cara.
Yo intento no reírme, pero al final acabo por hacerlo.
 –– De nada, hija – reímos y la abrazo por detrás –. Venga, vamos a terminar de colocar la compra, pero antes vamos a pedir pizza, que no me ha dado tiempo de hacer de comer.
Yo sonrío y asiento con un "Ajam".
Llamamos a la pizzería y seguidamente comenzamos a guardar lo de las bolsas. Cuando terminamos llaman a la puerta y mi madre va a abrir de mientras que yo estoy en el salón preparando la mesa. Miro la hora y son las cuatro menos cuarto. Me acuerdo de que he quedado con Blake y aun no he comido, pero es que todavía me falta bañarme, lavarme el pelo, secármelo, elegir la ropa, vestirme, etc. Vamos, todo. Pero como le dije, para él no me pondría guapa, por muy guapo que él sea. Es un engreído y no pienso darle ese gusto. 
Igualmente, tengo que comer rápida.
Mi madre aparece por la puerta del salón con dos pizzas familiares en los brazos, de las que proviene un olor increíblemente bueno.
 –– Huele que alimenta de solo olerlas – digo y mi madre ríe.
 –– La verdad es que sí – contesta caminando hacia la mesa.
Pone las pizzas encima de la mesa y justo en ese momento vuelve a sonar el timbre.
 –– ¿Quién será ahora? – pregunto.
 –– Será papá – dice mi madre yendo hacia el pasillo de la entrada.
Voy detrás de ella esquivando unas sillas que había en el camino porque estaba detrás de la mesa y las sillas y me quedo asomando la cabeza por el quicio de la puerta que daba al pasillo mientras ella abre.
Al abrir la puerta veo que era mi padre. Un hombre de 39 años bastante bien conservado. Su pelo es castaño oscuro, es alto, de 1’75 más o menos y musculoso para su edad. Tiene unos labios carnosos y sus ojos son verdes. Los ojos de mi madre son marrones, de ahí mi mezcla de color de ojos. Aun que todavía no sé como los míos cambiaban de color. Es raro pero, la verdad, me gusta bastante.
Mi madre es una mujer de 36 años con la que muchas veces nos han confundido y nos han preguntado que si somos hermanas, pues parece más joven.
Su pelo es de un rubio ceniza dorado muy bonito y de estatura media. A pesar de tener descendencia hawaiana, pues mi abuela era hawaiana, mi madre no tenía muchos rasgos de ello, pero si tiene una tez dorada bastante bonita.
 –– Hola chicas – dice mi padre sonriente y seguidamente le da un pequeño beso a mi madre.
Yo salgo de mi escondite y voy hacia mi padre corriendo para abrazarlo.
 –– ¡Papá! – digo abrazándolo y dándole un besos en la mejilla.
 –– Hola, cariño – me corresponde el abrazo sonriente y al rato pequeño nos separamos –. Huele a pizza.
Mamá y yo reímos.
 –– Es que hay pizza para comer – digo.
 –– Y, ¿a qué esperamos para empezar? – sonríe mi padre y mira las cajas que estaban al lado de la escalera – Habéis sacado las cajas de los adornos de Navidad, ¿no?
 –– Sí, pensamos colocarlas todos juntos, como cada año – dice mi madre.
 –– Pues las colocaremos – contesta mi padre, mientras andábamos hasta el salón, pasándome el brazo por encima del hombro y dándome un beso en la cabeza.
 En ese momento estoy feliz. Ya no me siento sola y, a demás, hay un miembro más en la familia. Una pequeña que dará mucha vidilla en casa.
Terminamos de comer, recogemos la mesa y voy arriba a arreglarme. Busco la ropa que me voy a poner y me decanto por un pantalón pitillo color marfil, una camiseta más o menos del color del pantalón pero un poquito más oscura y de media manga con un dibujo geométrico, un jersey beige y una chaqueta de lana de un marrón claro apagado. Los zapatos que cojo son unos botines con cuña de un color marrón grisáceo pero muy claro y para accesorios cojo una bufanda más o menos del color de los botines y un bolso color beige.
Mientras preparo la ropa y la ponía encima de la cama llaman a la puerta.
 –– ¿Se puede? – pregunta mi madre desde el otro lado de la puerta.
 –– Claro.
Mi madre me mira como coloco la ropa en la cama.
 –– ¿A dónde vas, Leslie? – pregunta asomada por la puerta.
 –– A dar una vuelta. He quedado – contesto cogiendo lo que me iba a llevar al cuarto de baño.
 –– ¿Con quién? – pregunta curiosa.
 –– Con Blake – digo y la miro disimuladamente para ver que cara pone.
Por la cara que pone, le ha extrañado.
 –– ¿El hijo de los Gray? – dice entrando.
Yo ya he cogido las cosas y las llevo en la mano, así que me giro para mirarla a la cara y hablar mejor con ella.
 –– Ese mismo – digo y suspiro –. Es un engreído y un egocéntrico.
 –– Y, ¿por qué quedas con él?
 –– Por que el otro día me pidió que fuera con él a tomar algo, le dije que no y fui una borde con él, y ayer vino a pedírmelo bien y me sentí mal por haberme comportado así con él – suspiro muy hondo y vuelvo a suspirar.
 –– Pues si lo consideras tan engreído y tan egocéntrico, no quedes con él. A no ser… – dice con una sonrisa pícara y la miro dudosa con el ceño un poco fruncido – A no ser que ese chico te guste.
Mi madre ríe y yo la fulmino con la mirada.
 –– Mamá, ¿qué hablas? Blake no me gusta, ¿cómo me va a gustar a mí ese niño? Por favor – digo y seguidamente añado –. Me da igual de la buena familia que venga, el dinero que tenga y lo guapo que sea, no deja de ser un idiota.
 Mi madre solo ríe.
 –– Bueno, arréglate y no lo hagas esperar.
 –– No tiene gracia mamá, no te rías – digo seria, pero mi madre salió de la habitación y cierra la puerta, haciéndome caso omiso.
A veces sí que parecemos hermanas, ella me pica diciéndome cosas y yo, como es normal, caigo en el juego.
No le presto atención a lo que me dijo mi madre y decido volver a lo mío.
Miré la hora y eran las cinco y media. Me meto en la ducha a bañarme y a lavarme el pelo y al salir me envuelvo la toalla por el cuerpo y me pongo otra en el pelo. Salí a mi habitación y miro por la ventana agarrándome la toalla para que no se caiga.
Mirando por la ventana y veo los árboles cubiertos de nieve, veo a personas que pasean con sus perros, otras que caminan tranquilas, otras que van en bici con sus hijos y con mochilas colgadas a la espalda. Seguramente, estos últimos, irán a patinar al lago que, por estas fechas está totalmente congelado y se puede patinar sobre él.
Recuerdo que, cuando era niña, mis padres me llevaban a patinar a ese lago que era inmenso. En él había una cabaña con un pequeño muelle, había muchos árboles y todos teñidos de blancos. Más de una vez perdía el control mientras patinaba y me estampaba contra algún montón de nieve que, por el golpe, sacudía el árbol y se me caía la nieve de las ramas encima de la cabeza. También recuerdo que, a lo primero, me daba miedo patinar sola, siempre venía o mi madre, o mi padre a mi lado, agarrándome de la mano o enfrente de mí, cogida de las dos manos. A veces me soltaban y cuando lograba patinar yo sola me ponía muy feliz, pero durante poco tiempo porque, casi siempre, me caía. Hasta que un día, por fin, conseguí mantener el equilibrio y no me caí. Desde entonces, pocas veces me caigo, le cogí el truquillo y el gusto a patinar y muchas veces, cuando estoy enfadada o triste, voy al lago a patinar.

No hace falta que corra la cortina de la ventana, pues delante de mi casa no hay más que bosque y nadie me puede ver.
Me alejo de la ventana con dirección a la cama, que está en frente de ésta, me quito la toalla que tengo envuelta en el cuerpo y cojo la ropa para vestirme.
Al terminar de vestirme vuelvo a mirar la hora, son las seis y todavía me falta secarme el pelo y peinarme, así que eso es lo que hago porque voy contrarreloj.
Volví a entrar en el baño de mi habitación, coloqué las toallas que me había quitado y cogí el secador. Lo enchufo y empiezo a secarme el pelo, como no me da tiempo de alisarlo, solo me lo seco, hoy lo llevaré al natural.
Queda bastante bien, sólo me faltan unos retoques.
Cojo me neceser donde guardo el maquillaje y cojo la máscara de pestañas y un brillo de labios color melocotón y me los pongo. Ya no me voy a maquillar más, pues no me gusta ir muy maquillada.
Voy a la habitación, me pongo los zapatos, la bufanda y me echo mi colonia “Armani Code”. Cojo el bolso en el que meto las llaves, el móvil, la cartera y algunas cosas más como clinex y chicles.
Después me miré en un espejo grande que hay justo en la pared de en frente de los pies de la cama. Voy como un día normal, no me voy a arreglar para salir una tarde de paseo.
Termino y bajo al salón, donde se encuentran mis padres sentados en uno de los sofás y con una manta polar color azul marina que los cubre a los dos, viendo la tele. 
Mi padre me mira y seguidamente mi madre también.
 –– ¿A dónde vas, Leslie? – pregunta mi padre.
 –– He quedado – digo y le sonríe.
 –– Pues no llegues tarde, anda.
 –– Claro, papá, sabes que siempre me recojo temprano.
 En ese momento llaman a la puerta y me pongo nerviosa, sin saber por qué.
Voy por el pasillo de entrada y cojo del perchero la chaqueta de lana que me voy a llevar y la sostengo en mi antebrazo izquierdo.
Abro la puerta y ahí está Blake, él que está mirando al suelo cuando ve que la puerta se abre y  ve me dedica una sonrisa de oreja a oreja.
 Lleva un pantalón vaquero, una camiseta blanca y encima una camisa desabrochada de un color añil apagado y, encima de ello, una chaqueta gris marengo claro.
Su peinado está algo despeinado, pero le queda bien. Le da un aire atractivo.
 –– Hola – saluda sonriente.
 –– Hola, Blake – le correspondo el saludo –. Voy a despedirme de mis padres, ahora vengo.
Tras decir eso él asiente y yo voy al salón. Les digo a mis padres que me voy ya pero que no vendría muy tarde. Me dicen que tenga cuidado y yo voy a darle un beso a cada.
 –– Adiós – digo cerrando la puerta y lo miro –. ¿Vamos?
Él asiente y comenzamos a andar alejándonos del porche de la casa y saliendo del pequeño camino que dirige hacia la acera, en la que había una moto aparada, cosa que me extraña bastante, pues delante de casa casi nunca hay coches o motos, sólo el de mi madre que está dentro de el terreno de mi casa y el de mi padre porque aparca fuera. Sin contar eso, apenas hay vehículos aparcados en la calle.
Vamos caminando hacia la moto y caigo en cuenta de que es la misma moto con la que Blake iba hoy.
 –– ¿Esa moto es tuya? – le pregunto a Blake.
Él va mirando al suelo mientras camina pero, cuando le formulo la pregunta, me mira.
 –– Sí, ¿por qué?
 –– Por que yo no pienso subir a ese trasto – digo negando, disimuladamente, con la cabeza.
Blake ríe.
 –– No es un trasto, es una moto – me mira divertido –. ¿Por qué no quieres subir?
 –– Por que…– y una vez más me quedo sin argumento, me da vergüenza decirle que nunca ha montado en moto y que me da un poco de miedo miedo.
 –– Por que… – dice dejando caer la frase, esperando que yo la complete.
Tengo miedo de subir, sí. Nunca he montado en moto. No son muy buenas amigas mías esos trastos.
 –– Por que me da miedo. Nunca he montado en una – digo avergonzada esperando a que se ría de mí.
Pero no es así. Sólo me mira con una sonrisa dulce mientras yo miro al suelo avergonzada.
 –– No te preocupes, Leslie – dice acercándose a la moto –. Venga, ven. Confía en mí.
Al decir eso lo miro. ¿Debo hacerle caso?
 –– Blake, enserio, me da miedo – vuelvo a decirle.
Él está en la carretera con la moto gris, en frente de mí.
 –– No tengas miedo – dice acercándose a mi y agarrándome del brazo delicadamente – Venga, vamos – al decir eso sonríe. Me infunde confianza, así que voy andando algo temerosa. Se aleja de mí para montarse en la moto y me mira. Yo me quedo parada, por lo que sigo de pie, al lado de la moto –. Leslie – me ofrece la mano –. Venga.
Vuelve a sonreír enseñando sus perfectos y blancos dientes y yo me acerco a él dándole la mano y montado en la moto me dice que me apoye en un posa pies que hay al lado de la rueda y en sus hombros para subir.
Así hago y una vez encima de la moto, detrás de él, me quedo rígida.
 ––  Relaja el cuerpo, anda, y agárrate a mi cintura – dice mirándome de reojo.
Le hago caso y me agarro a su cintura algo cortada y miedosa.
 –– Blake, por lo que más quieras, no corras – digo y en mi voz se nota que estoy algo asustada.
Él ríe.
 –– Tranquila, que no iré rápido. A demás, llegaremos en nada –– me sonríe mirándome de reojos pues estaba detrás de él apoyada en su espalda.
No digo nada más. Aun que tengo la curiosidad de saber a dónde vamos, me limito a cerrar los ojos y esperar.
La moto rugió al arrancar, lo que me hizo dar un pequeño brinco y, por el movimiento de su espalda, noto que se ha reído. Le aprieto la cintura para que deje de reírse, pero produce el efecto contrario y se ríe otra vez.
Estamos con la moto arrancada pero no nos movemos del sitio.
 –– Esto… Leslie – dice Blake girándose –. ¿Podrías apretar un poquito menos? – rió.
 –– Oh, perdón – digo aflojando un poco mis brazos.
 –– Relájate, anda, tardaremos cinco minutos – se vuelve a girar hacia la carretera
Hace el afán de comenzar a andar con la moto pero me acuerdo de que no tenemos cascos. Esa simple idea me he ponerme aun más nerviosa y tener más miedo.
 –– ¡Blake, espera! – digo alterada y él se vuelve a girar un poquito mirándome extrañado –. No tenemos cascos – suelta una pequeña carcajada, cosa que no me hace gracia. Ya estoy bastante nerviosa como para que se ría de algo tan importante, así que el gesto de mi cara cambia de miedoso a enfadado en un momento –. No hace gracia, ¡no te rías!
 –– Leslie, te he dicho que confíes en mí – me mira a los ojos aun con una sonrisa en la cara.
Agacho la cara y me apoyo en su espalda.
 –– Adelante – digo enfurruñada y noto como vuelve a reír.
Este chico me quiere matar del susto y si no lo consigue, poco le falta.
Vuelve a arrancar la moto y comenzamos a andar. Como me dijo, no va rápido. Pero, a pesar de eso, yo escondo mi cara entre su espalda y mi brazo derecho y rodeo su cintura, fuerte y con miedo, con ambos brazos. Siento su respiración porque al respirar mueve su musculosa espalda.
El aire que corre en la moto es frío, incluso más que en los días de aire helado, pero gracias a que estoy refugiada detrás de él no tengo tanto.Su cuerpo me tapa un poco del aire.
Cada vez que cogemos un bache o algo y la moto salta me pongo demasiado nerviosa y agarro más fuerte su cintura, pero al dejarlo atrás vuelvo a aflojar los brazos por que me da la impresión de que lo estoy ahogando.
Tras un rato de estar conduciendo, va aflojando la velocidad hasta llegar al punto en el que aparca en frente de una cafetería. Dejo de apretar tanto su cintura y mi cuerpo se fue relajando poco a poco.
 –– Venga, bájate – dice –. Apóyate en mí, como cuando te subiste.
 Me bajo ayudándome de sus hombros. Al pisar el suelo, las piernas me flaquean, no tengo fuerzas y me tengo que apoyar con la mano, un momento, en una farola que hay a mi derecha. Blake se baja de la moto y le pone un seguro.
 –– ¿Estas bien? – me pregunta acercándose a mí –. No tienes muy buena cara.
 –– Claro, salvo que un loco me ha llevado por la carretera en una moto y sin casco. Quitando eso, todo bien – digo sarcásticamente y él ríe.
 –– Anda, vamos – me dice y me agarra del brazo para intentar ayudarme.
 –– Yo puedo solita – digo altanera.
Ríe al ver la cara que pongo.
 –– Orgullosa.
 –– No soy orgullosa – lo fulmino con la mirad, pero él solo sonríe –. Es que tú sacas mi lado orgulloso.
 –– Pues eso, orgullosa – vuelve a reír y yo no pude evitar soltar una pequeña sonrisilla.
 –– Idiota..
 –– ¿Quiere, la señorita, comenzar a andar? – pregunta.
 –– Sí. Pero ella solita – digo comenzando a andar y él también.
Nos dirigimos hacia la cafetería.
La fachada de ésta es de un color amarillo pastel y tiene una puerta de madera con cuatro pequeños cristales que la misma puerta divide. Está pintada de un azul cielo. Hay dos ventanas grandes a cada lado de la puerta por las que se ve el interior de la cafetería. En ellas tienen puesto el logo de la cafetería, el cual está compuesto por una taza de café ladeada y una porción de tarta con una fresa encima y justo debajo pone el nombre de la misma cafetería; “Un pequeño descanso”. Encima de las ventanas hay unos toldos recogidos y en la pared encima de la puerta, a un lado, tienen un cartel colgante de madera con el mismo logo de las ventanas y pintado de rosa pastel.
Entramos dentro, y nos llega un olor increíblemente delicioso. Miro a Blake y me sonríe. Le devuelvo la sonrisa.
Al entrar, lo primero que tenemos delante es la barra para pedir. Al lado de ella hay un mostrador con una gran variedad de pasteles, galletas, magdalenas y cualquier dulce que nos podamos imaginar.
No es muy grande, lo que le da un toque acogedor y adorable.
Hay mesas con sillas por el local, pero las que están pegadas a la pared eran pequeños sofás y sillones de color crema. Cosa que lo hace ser más acogedor todavía.
La decoración está compuesta con tonos pastel, muy monos.
Tanto la fachada, como el interior están decorados con motivos navideños.
Caigo en la cuenta de que nunca he estado en ese lugar. Me conozco bastantes sitios de mi ciudad, pero en ese mismo nunca he estado. Será nuevo.
Comenzamos a caminar hacia la barra y al llegar vemos a una de las camareras sirviendo un café.
Yo la miro entretenida. Al terminar de servir el café se lo da a un cliente que hay en la barra y se acerca a nosotros.
 –– Muy buenas tardes – nos dice la camarera sonriente. Es una chica joven, pelirroja y de tez muy pálida. Lleva puesta una camiseta blanca de mangas cortas, encima de ésta tiene una rebeca de color azul bebé que tiene una chapa en el lado izquierdo de la chaqueta con el logo de la cafetería y el nombre de la dependienta. Se llama Casey. En la parte de abajo lleva unos vaqueros ajustados y como un pequeño delantal negro con un bolsillo a uno de los lados en el que tiene guardado una pequeña libreta con un bolígrafo. El bolsillo también tiene el logo –. ¿Qué desean tomar?
 –– Buenas tardes – dice Blake con una sonrisa.
 –– Hola – digo sonriendo.
 Blake me mira.
 –– Yo tomaré un café y… – dice y me mira.
 –– Yo quiero un café con leche, con edulcorante, por favor.
 –– Muy bien, de mientras que les sirvo las bebidas tomen asiento. En las mesas tienen la carta de los dulces. Yo les llevaré lo que han pedido a la mesa y si se han decidido por algo más, no tienen más que pedírmelo – dice con una sonrisa muy agradable.
 –– Vale, muchas gracias – dice Blake y la dependienta se gira para ir a la barra –. ¿Dónde nos ponemos?
Empiezo a mirar por el local, hay mucho donde elegir porque no hay demasiada gente hoy.
 –– Me da igual – digo y lo miro –. Es una mesa, elígela tú.
 –– Pues vamos a esa de ahí – señala la que está pegada a la ventana –. Así aprovecho y tengo vigilada la moto – sonríe y yo río.
Caminamos hacia la mesa y nos sentamos uno en frente del otro, él se quita la chaqueta y la coloca en la silla de al lado suya.
Yo hago lo mismo porque ahí, la verdad, es que hace calor.
Blake coge la carta de los dulces y  la pone en la mesa de manera que, los dos, podemos leerla.
Si en el mostrador hay una gran variedad de dulces, en la carta hay muchísimos más.
Tartas de todas las clases, magdalenas, brownies, y muchísimo más. En la carta pone que todo es casero, la verdad es que, por lo que veo, pinta tiene.
Blake mira la carta y yo, hasta hace un momento, también la miro, pero levanto la mirada para mirarlo.
 –– ¿Qué vas a pedir? – le pregunto y me mira.
 –– Lo de siempre; una porción de tarta que es la especialidad de la casa y está riquísima – me sonríe –. Y tú, ¿te has decidido ya por algo?
 –– La verdad es que no pero, por lo que me has dicho, me ha entrado la curiosidad.
 –– Pues está muy buena – me sonríe.
 –– ¿Qué lleva?
 –– Lleva una base de galleta machacada con mantequilla, bizcocho de chocolate y está recubierto de una masa blanca que es secreto de la casa. No sé de que es, pero está deliciosa. Y arriba tiene como pequeños detalles.
La verdad es que, me la estoy imaginando y tiene que estar deliciosa.
 –– Pues me pediré lo mismo – río.
En ese momento llega la chica de la barra con una bandeja en la que traía los cafés y los coloca en la mesa.
 –– Gracias – decimos Blake y yo al unisón.
Ella sonríe,se pone las bandeja debajo del brazo y sacó la libreta que tenía en el bolsillo del pequeño delantal negro que no le llegaba las rodillas.
 –– ¿Queréis algo más? – pregunta la camarera amable.
 –– Sí, pónganos dos porciones de la especialidad de la casa – dice Blake.
–– Enseguida – dice la camarera y se gira con dirección a la barra otra vez.
Yo la miro mientras camina, al llegar al interior de la barra entra por una puerta de madera que supongo que llega a la cocina.
Vuelvo a mirar a Blake que está mirando por la ventana.
 –– ¿Por qué me has traído aquí?  – pregunto.
 Blake sigue mirado por la ventana durante unos segundos pero al momento me mira tranquilo.
–– No sé, dijimos de ir a tomar algo y, ¿qué mejor que una cafetería? – sonríe.
–– Tienes razón – río mientras él me mira –. ¿Esto es nuevo?
–– No, esto ya tiene sus años. Yo venía aquí de pequeño con mis padres y mi hermana – dice y vuelve a mirar por la ventana, pero enseguida vuelve a mirarme.
 –– Pues es la primera vez que lo veo.
Vuelve a aparecer la chica pelirroja con la misma bandeja plateada y dos platos con una porción de tarta y una cuchara pequeña en cada.
 –– Aquí tenéis – dice colocando los platos –. Que aproveche.
Le damos las gracias y la chica se marcha.
Yo miro mi café, el cual tenía agarrado con las dos manos porque está calentito.
Blake comienza a mover su café con la cuchara que tiene dentro.
La verdad, estoy bastante a gusto, me equivoqué al pensar que iba a ir mal.
 –– ¿Empezamos? – dice acercándose su plato.
La tarta tiene una pinta deliciosa. Como él dijo, tiene una base de galleta, el bizcocho es de chocolate y la capa de fuera era blanca. También tiene esos detalles que le dan un toque clásico.
 –– ¿Y si no me gusta? – pregunto dudosa.
 ––  Ya verás como te gusta – me sonríe –. ¿La probamos los dos a la vez?
 –– Venga, pero a la vez eh, no te quedes conmigo.
 –– No, tonta – ríe.
 –– Vamos, coge un cachito tú también – digo cogiendo la punta de la porción.
 –– Vale – dice, cogió él también la punta de la tarta –. ¿Preparada?
 –– Mm... – digo dudando pero al final asentí –. Sí.
 –– Pues venga. A la de tres, ¿vale?  Una, dos y… ¡tres!
Me meto mi pedazo de tarta en la boca y está realmente bueno.
Al meterme el trozo de tarta en la boca veo que Blake se ha quedado conmigo y en ese momento se está riendo. Yo tengo la boca llena, me tapé la cara y empiezo a reírme. Al terminar de masticar y tragar, hablé.
 –– ¡Eres un cara dura! Te has quedado conmigo.
 Él sigue riendo.
 –– Es que quería ver la cara que ponías – vuelve a reír –. Has abierto los ojos como platos.
 –– Sí, ¿no? – digo fulminándolo con la mirada y me mancho el dedo de la masa blanca que cubre la tarta – ¡Pues ahora verás!
 –– Leslie, no. Leslie, no  – dice riendo mientras yo acercaba mi dedo a su cara y él apartándola –. ¡Leslie!
Yo río y asiento con cara de pícara.
 –– Oh, sí – digo manchándole la nariz y comencé a reír mientras me limpiaba el dedo en una servilleta.
Blake abrie la boca sorprendido limpiándose la nariz. Al terminar de limpiársela me mancha el moflete de la misma masa blanca con la que yo le he manchado y comenzamos a reír.
 –– Eso no vale, yo te lo debía por mentiroso.
 –– Y yo te la debía por mancharme la cara – dice y yo empiezo a limpiarme el moflete –. ¿Comemos ya? – ríe.
–– Sí. Mejor – digo terminando de limpiarme.
Comenzamos a comernos las porciones de tarta y a tomarnos los cafés mientras que hablamos y reímos. La tarde está siendo bastante entretenida.
Cuando terminamos y tenemos ganas de salir de la cafetería, pedimos la cuenta. Yo quiero pagar lo mío, pero Blake no me deja, así que me invita. Me da cosa que lo haga, pero, aun así, lo hace y le digo que no hacía falta, que yo traigo dinero. Al decirle eso, me dice que quiere hacerlo, que no me preocupe y, entonces, le doy las gracias.
Cogemos las chaquetas, nos las ponemos y salimos de la cafetería alrededor de las 21:35. Ya se ha hecho de noche hace un rato, pero Blake insiste en ir a dar una vuelta por el pueblo por que dice que en navidad se ve muy bonito, así que acepto.

Las calles están nevadas y muy bien decoradas, las casas que hay por allí, los locales, tiendas. Todo tiene algo con referencia a la navidad.
 –– ¿Sabes qué nos han cogido en teatro? – dice mirando al suelo mientras caminamos y me después me mira.
 –– ¿De verdad? ¿Cómo lo sabes?
 –– El otro día hablé con la profesora Bailey y mientras hablaba con ella tenía su libreta, donde apunta las cosas del teatro, abierta y lo vi.
Me alegro al oír eso,  pues actuar me encanta. Lo que me desconcierta es qué obra interpretaremos. Porque la profesora Bailey nos dijo que era una sorpresa.
 –– Eso es una buena noticia – sonrío y él comienza a mirar las luces que decoraban las calles.
 –– Sí – dice y me mira –. Creo que ya es hora de irnos, ¿no?
 –– Sí, yo creo que también.
Damos la vuelta y comenzamos a andar hacia donde dejamos la moto, en frente de la cafetería.
Al llegar, otra vez, estaba nerviosa por la idea de volver a montarme en esa moto tan grande, pero no tanto como al principio. Me ha gustado esa sensación de libertad. 
Blake me nota un poco nerviosa y me dice que no me preocupe y que esté tranquila. Le hago caso y el trayecto de regreso se me hace más corto y menos pesado que el de ida.
Llegamos a mi casa y para en el mismo sitio que cuando vino a recogerme. Me ayuda a bajar y él se baja después de mí.
 –– Me lo he pasado muy bien – dice con una sonrisa dulce, con la que enseñó, otra vez, sus dientes.
 –– Yo también me lo he pasado muy bien – sonrñio también –. Bueno, muchas gracias por traerme.
 –– No las des. Es un placer – dice –. Ya nos vemos en el instituto, ¿no?
 –– Sí – sonrío –. Buenas noches, Blake.
 –– Buenas noches – dice montándose en la moto y arrancándola.
Me despido con la mano y él hace lo mismo, segundos después acelera y se va.

Comienzo a andar hacia la puerta de entrada mientras busco las llaves en mi bolso que, justamente, no encuentro.
Mientras las busco escucho un ruido proveniente del bosque, cosa que hace que mi pulso acelere y me de más prisa en encontrar las llaves. Vuelvo a escuchar otro ruido y miro hacia el bosque, pero no veo nada.
Encuentro las llaves y abro la puerta rápida para entrar cuanto antes. Cuando abro Dana me recibe poniéndose a dos patas y dándome en las piernas.
 –– Dana, bonita – la acaricio.
 –– ¿Leslie? – pregunta la voz de mi madre.
 –– Sí mamá, ya estoy en casa – digo soltando mi chaqueta en el perchero de la entrada.
   Me dirijo al salón y le doy un beso a mi padre y otro a mi madre.
    –– ¿Qué tal te lo has pasado, cariño? – me pregunta mi padre.
    –– Pues muy bien – sonrío –. Voy a acostarme ya. Estoy cansada – digo y le doy otro beso a los dos –. Buenas noches.
    –– Buenas noches, cariño – dijo mi madre.
    –– Descansa – contesta mi padre.
  Les sonrío y me dirijo hacia las escaleras para subir a mi cuarto. Al subir las escaleras giro a la derecha, pues la primera puerta que está al girar a la derecha es mi habitación.




------------------------------------------------------------------------------------------------------

    Vestimenta de Leslie:

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Capítulo 7

La nevada es cada vez más fuerte y el frío aumenta por momentos. Yo sigo corriendo pero ya estoy agotada. El agotamiento puede conmigo y el frío hace que me sienta más exhausta todavía. Cada vez que respiro ese aire helado parece como si me apuñalaran los pulmones.
El parque parece un laberinto del que no se puede salir. Aquel pequeño duende tiene razón, de indefenso no tiene nada. Parecía como si no quisiera dejarme salir.
Me apoyo en el tronco de un árbol muy grande y grueso que veo, intentando recuperar un poco el aire. Me echo aliento en las manos para calentarlas, pero de pronto veo una luz a lo lejos, una luz cálida. La nevada no cesa, y sigue aumentando por cada momento que pasa y no me deja ver de donde proviene esa luz, así que me voy acercando con la esperanza de que sea alguien y me pueda ayudar.
Voy caminando demasiado cansada, harta de dar vueltas en círculo por un parque que conozco desde pequeña pero que ahora parece no haberlo visto nunca. Por no decir que también es interminable.
Sigo caminando, a pesar de que no siento los pies, me pesan demasiado como para seguir andando y no sé si es mi vista, la que no funciona como toca, o es la nieve que no me permite ver. Lo único que sé es que la luz cesa, cada vez es más pequeña y oscura, cada vez se ve menos.
Acelero el paso hasta ella pero intentando no hacer mucho ruido, pues algo me dice que no grite y que haga el mínimo ruido posible. Que permanezca en silencio.
La luz va retomando el brillo que tenía e incluso, me atrevería a decir que, más.
Veo la silueta de una cabaña, pero, ¿qué hace una cabaña en el parque? ¿Desde cuando está eso ahí?
De pronto las piernas me tiemblan y pierden toda la fuerza por lo que me caigo al suelo y suelto un pequeño quejido que no tenía que haber soltado y esa voz en mí me vuelve a advertir de que me mantenga en silencio.
Las piernas ya no me reaccionan como toca, están exhaustas.
"¿Por qué he tenido que escaparme del lado de Daniel?" - pienso sentada en el suelo con las manos apoyadas en él - "Sí me hubiera quedado con él nada de esto estaría pasando, me hubiera llevado a casa y ahora mismo estaría resguardada del frío en casa, con Dana".
Los ojos me queman por culpa de las lágrimas que quieren salir, pero no terminan de asomar. Se me cierran los ojo, pero no sé que hacer. No puedo quedarme aquí parada, me tengo que levantar, así que hago un esfuerzo, saco fuerzas y me levanto a duras penas.
Intento llegar hasta la cabaña pero, tras un par de minutos, caminando casi con las piernas a rastras, que se hicieron eternos, algo me golpea en la nuca y caigo al suelo.
–– ¡No!
Ese grito, a lo lejos, de una tercera persona fue lo último que oí.

***

–– Pero, ¿cómo se te ocurre traerla aquí? – dice la voz grave de un hombre algo enfadado, la cual escucho de fondo –. ¿No has pensado que podrías ponerla en peligro? Y no solo a ella, sino también a todos nosotros.
Ya no tengo frío, pero me duele todo el cuerpo. Se resiente de haber estado aguantando la helada de fuera. Abro un poco los ojos, entrecerrándolos.
Estoy en una cabaña de madera, iluminada con la cálida luz del fuego de una chimenea y unas cuantas velas. Veo a dos personas, los dos son hombres, pero no sé diferenciarlos porque la luz del fuego me ciega un poco.
Estoy tumbada en un sofá de un color verde oscuro.
–– Es que yo... – dice otra voz, pero esta vez es un chico, y me resulta familiar.
El hombre le interrumpe.
–– Es que tú, nada. Que sea la última vez, ¿entendido? – dice la primera voz aun enfadada. De pronto escucho un golpe e impulsivamente cierro los ojos –. Esperemos que no despierte.
"Tarde".
Estoy confusa, lo que estaba pasando ha hecho la cabeza un lío. La voz de aquél chico me suena, pero no logro descifrarla y para colmo, me duele la cabeza.
–– James, ¿sabes cuánto tiempo he esperado este momento? – pregunta el chico algo dolido.
–– Sí. Sí, que lo sé, pero todavía no puede ser – vuelvo a abrir los ojos un poco y veo que el hombre, que debe de ser James, me mira. Es ya algo mayor, como de unos 40 años y un poco canoso, al otro chico no lo veo –. Pero cada cosa a su tiempo, Daniel.
"¿Daniel? ¿Pero qué? ¿Qué está pasando?" – pienso demasiado confusa y sorprendida.
A veces frunzo un poco el ceño, pero no puedo remediarlo, me duele demasiado la cabeza, sobre todo por la parte de la nuca.
Vuelvo a abrir los ojos y esta vez me ven. Sí, es Daniel, y me está mirando.
Como estoy tumbada, me incorporo y los miro sin decir nada. Es un momento muy incomodo, ellos se miran sin saber qué decir, pero yo tampoco sé qué decir.
–– ¿Estas mejor, chica? – sonríe James. Asiento – Bien.
–– ¿Dónde estoy? – pregunto confusa.
–– Estamos en casa de James – dice Daniel.
–– ¿James? – pregunto, aun que ya sé quién es.
–– James soy yo – lo miro.
–– Y, ¿por qué estoy aquí? – pregunto, porque eso ya no lo sé – ¿Qué hago en su casa?
–– Cuando te escapaste de mi lado, te estuve buscando. Estuve así durante una hora o más, hasta que vi como caías al suelo, supongo que del cansancio. Fui corriendo, te toqué y estabas helada. Te desmayaste por el frío – me contesta Daniel.
"Mentira" – pienso, pero la voz me vuelve a decir que mantenga la boca cerrada y no me vaya de la lengua.
Solo mascullo un pequeño "Oh".
–– Será mejor que la lleves a casa, Daniel – dice James mirándolo. Se gira con dirección a una mesa y se sienta en una silla pegada a la mesa que está en frente de la chimenea –. Ya es tarde.
–– Sí - contesta Daniel mirándolo y tras contestar se gira hacia mí –. ¿Vamos?
Me levanto del sofá, pero al hacerlo me mareo y casi me caigo. Aun tengo las piernas adormiladas.
Daniel reacciona a tiempo y me sujeta para que no cayera agarrándome por los brazos. A parte de atractivo, tiene buenos reflejos.
–– ¿Estás bien? – pregunta sacándome de mis pensamientos y poniéndome nerviosa.
–– Claro, vamos – contesto alejándome de él.
Andamos hasta la puerta y salimos. La nevada ha cesado, ahora can escasos copos de nieve.
¿Cómo puede cambiar el tiempo tan radicalmente? Antes el parque parecía amenazador y sin embargo ahora, vuelve a ser igual de mágico que la misma noche que Sharon y yo escapamos de Dylan.
Caminamos en silencio hasta el coche y al montarnos pone la calefacción pero no nos movimos del sitio. Estamos unos minutos en silencio hasta que por fin lo rompe.
––No tenías por qué haberte ido de mi lado – dice Daniel mirando por su ventanilla, no parece enfadado. Más bien diría yo, que está desanimado.
–– Lo siento, de verdad. Yo pensaba... – comienzo a decir, pero me corta.
–– Pensabas que te haría algo, ¿no? – pregunta mirándome.
–– La verdad es que... – digo sin saber qué decir – No sé por qué me fui corriendo, se me pasó por la cabeza y es lo que hice – digo ahora algo arrepentida. Tal vez bastante.
–– No te iba a hacer nada – dice y arranca con un poco de enfado y rabia, pero es normal después de haber hecho lo que había hecho.
Me empiezo a enfadar un poco de repente.
–– No te conozco de nada, ¿vale? ¡Yo que sé si me vas a hacer algo, o no!
Daniel frena en seco y se gira hacia mí.
–– Si quisiera hacerte algo, te lo hubiera hecho cuando te encontré tirada en el suelo por primera vez –dice enfadado con una mano apoyada en el volante, mirándome a los ojos –. Recuerda que estuviste en mi casa durmiendo, y si mi intención hubiera sido hacerte daño o cualquier otra cosa de las que estás imaginando, no te habría dejado dormir en mi cama y yo en otra habitación
Sus palabras fueron como hielos. Hielos que me lanzaba a la cara con todas sus ganas.
Decido no decir nada más, no es el momento más indicado para hablar.

El silencio que hay es algo incómodo, no me siento bien por lo de esta tarde, soy estúpida. Daniel no tiene razón, si me quisiera hacer algo lo ha tenido pan comido para hacerlo, pero no.
Decido intentar olvidar eso y me pongo a pensar en la conversación que tuvieron Daniel y aquel hombre, James.
¿Por qué corro peligro? ¿Y todos ellos? ¿Qué todos y qué ellos? ¿Quién o qué será ese tal James? ¿Y Daniel en realidad?
Son tantas cosas por analizar que hacen que me duela la cabeza mucho más que antes, y no solo por el golpe.
Otra cosa más que no entiendo, ¿qué me ha golpeado y por qué?
Se me hace demasiado grande todo esto.
De repente, el coche para y miro a la izquierda, por la ventanilla de Daniel. Estamos en frente de mi casa.
–– ¿Cómo...? – comienzo a decir, pero me interrumpe.
–– A veces, cuándo voy en coche, veo que entras en esta casa, me supuse que sería la tuya.
–– Sí, sí que lo es – digo y hago una pausa –. Gracias por traerme.
–– No hay de que.
Bajé del coche, cierro la puerta y comienzo a andar para casa, pero me giro un momento y miro hacia el coche con intención de hablar pero me freno y no lo hago. Veo que Daniel me está mirando y esperó que alguna palabra salga de mi boca, pero niego para mí con la cabeza, me giro y sigo caminando.
Abrí la puerta, hago lo de todas las noches y me acuesto.
La noche transcurre con normalidad, pero a la mañana siguiente al levantarme para ir al instituto escucho ruidos en el piso de abajo.
"¿Otra cosa más? No por favor" – pienso exasperada.
Al bajar veo que es mi madre con un macuto de viaje. La alegría que me entra es inmensa.
–– ¡Mamá! – digo alegre y voy hacia ella corriendo para abrazarla.
–– Hola, cariño – dice también alegre y devolviéndome el abrazo que al poco se acaba –. ¿Que tal ha ido todo? Por lo que veo bien, ¿no?
–– Claro que sí, mamá - sonrío.
"Sí, perfectamente, salvo por unos cuantos detalles sin importancia, como que me desperté en casa de un desconocido, veo duendes, por las noches algo o alguien pasea por nuestro jardín y cuando salgo se va corriendo, y unas cuantas cosas más. Pero todo está bien, no te preocupes" – pienso para mí, sarcásticamente. Últimamente mi mente está bastante descontrolada y piensa cosas que no quiero pensar.
Mi madre y yo hablamos un rato y mientras desayunamos, baja Dana.
–– Con que esta es la perrita, ¿no? – dice mirando hacia ella.
–– Sí – sonrío.
–– Pues espero que te encargues bien de ella – me sonríe y yo río antes de darle un bocado a una tostada.
–– Claro, mamá.
Dejamos de hablar, le echo de comer a Dana, me pongo un pantalón negro, una camiseta de mangas largas y una rebeca de lana beige
Al llegar al instituto, como cada mañana, me encuentro con mis amigos. Ángelo está cuchicheando con Maggie, es bastante gracioso, porque ves a un chico alto, rubio y corpulento, y te habla como si fuera una chica a veces.
Katy y Kathy conversan sobre lo que hicieron ayer y me acuerdo de lo de la noche anterior, pero prefero no pensar más en eso.
Toca el timbre para que entremos en clase. Nos toca a todos juntos Francés y a mí, la verdad, no se me da mal. Yo soy la que les ayudaba cuando se atascan.
Después nos toca Tecnología, estamos haciendo un trabajo. A tercera hora, de camino al aula de Física y Química, veo por el pasillo a Blake, el cual al verme, me sonríe enseñando sus perfectos y blancos dientes que le hacían tener una sonrisa irresistible e increíblemente mortal.
No, ¿pero qué estoy diciendo? ¿Sonrisa irresistible? ¿Mortal?
"Leslie, tienes que dejar de trasnochar" – pienso.
Noto como alguien me da un par de codazos nerviosos que hacen daño.
–– Tía, que sonrisa. No sé como puede ser tan arrogante, idiota, creído y estúpido con lo bueno que está y lo guapo que es – dice Kathy y se muerde el labio inferior poniendo los ojos en blanco –. Es que es tan... – hizo un sonido raro como sí dijera muchas palabras juntas y las mezclara – Pero a la vez tan hipócrita.
Yo río.
–– Sí, tienes razón, pero tampoco es un modelo de calzoncillos – vuelvo a reír..
–– Mm... ¿te imaginas? – dice y yo me río otra vez.
–– Sí, sí me lo imagino.
Nos reímos durante un rato, mientras llegamos al aula de Física y Química pero cuando llegamos vemos a un montón de gente al rededor de la puerta, que está cerrada cuando debería estar abierta.
Kathy y yo nos dirigimos hacia un pequeño grupo de compañeros a preguntar.
–– Hola, chicos – saludamos amigables.
Algunos contestaron con un "buenas" y otros con un "hola".
–– ¿Qué pasa? ¿Por qué está la puerta cerrada? – pregunto.
–– Pues, por lo que se ve, en la hora anterior haciendo unos experimentos ha habido una pequeña explosión y han prohibido entrar – contesta Cody Lawyer, un chico pelirrojo, alto y bastante delgado, también tiene, unas cuantas de pecas ensu gruesa nariz. Tiene una cara muy dulce, como de niño pequeño.
–– Jolín – digo – y, ¿ahora qué vamos a hacer?
Cody mira a Kathy, miro hacia la puerta y me vuelve a mirar.
–– Pues, la verdad, no lo sé – contesta el chico.
Kathy y yo nos miramos y a Cody lo llaman.
–– Bueno chicas, ya nos vemos, adiós – se despide y se marcha.
–– ¿Qué hacemos, tía? – pregunta Kathy.
Comienzo a pensar en que podemos hacer ahora ya que tendremos hora libre a causa de ese incidente.
–– ¿Ir a la biblioteca? – propongo y Kathy pone una cara rara.
–– No tía, allí no podemos hablar y ya que tenemos hora libre al menos qué podamos hablar bien – dice ella –. ¿Vamos al pabellón? Están los cursos superiores y eso implica, ¡chicos guapos!
Reímos.
–– Tienes razón, venga, vamos – sonrío.
La idea no me desagrada, a demás es verdad que en la biblioteca no se puede hablar por que te mandan a callar a la mínima.
Vamos caminando hacia el pabellón y de camino hablamos sobre lo que hab pasado últimamente, lo suyo con Kyle, las cosas que pasan en casa y demás.
Quiero contarle lo de Daniel, lo que pasó en el parque y lo de la cabaña, pero no puedo. Otra vez tengo ese presentimiento, ese que me oprime la boca del estómago como si me lo pellizcaran con pinzas y no me dejara hablar.
Decido hacerle caso y no hablar.
–– Leslie, ¿me estas escuchando? – preguntó Kathy sacándome de mis pensamientos, ¿por cuánto? ¿decimoséptima vez? Puede que más.
–– ¿Eh? - digo algo confusa – Perdón, no te estaba prestando atención.
–– No, si eso ya lo veo – dice –. ¿Qué te pasa últimamente? Estas súper rara, tía.
Una vez más el pellizco vuelve a aparecer junto a unas palabras en mi cabeza que dicen; "no hables de eso".
–– Pues no me pasa nada Kath, de verdad – intento pensar una excusa y encuentro la perfecta –. Las notas están a la vuelta de la esquina y estoy nerviosa por los exámenes y demás – la miro y sonrío–. No te preocupes.
–– Ah, vale – ríe –. La verdad, es que, yo también estoy nerviosa por eso, pero nos saldrán bien, ya verás.
Sonrío y asiento.
Llegamos al pabellón y nos pusimos en al parte de atrás dónde se veían algunas plazas del aparcamiento del instituto que rodeaba todo el pabellón y parte de la entrada del instituto.
Nos sentamos en el suelo, apoyadas en la pared de éste y empezamos a hablar, nos hacemos algunas fotos haciendo las tontas. Estamos ahí hasta que suena el timbre del recreo y antes de ir al comedor con los demás, vamos a clase a soltar las mochilas.
Después de eso, las últimas tres horas transcurren con lentitud y a la salda como siempre comencé a andar sola hacia casa.
Antes de salir de los terrenos del instituto una moto se acerca y para a mi lado.